Mostrando entradas con la etiqueta e) Adolescencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta e) Adolescencia. Mostrar todas las entradas

lunes, 9 de diciembre de 2013

Cuando el nene dice; "Yo hago lo que quiero"

Si hablásemos claro con nuestros hijos, previa conver­sación clara entre nosotros los padres, implementaríamos un clima de responsabilidad compartida, puesto que nos necesitamos los unos a los otros, y cumpliendo con las nor­mas nos ayudamos a vivir y a realizar mejor nuestras otras libertades, vocaciones, anhelos absolutamente individua­les.
Eres individuo contigo mismo y eres persona con los demás. Estos dos ámbitos deben ser reconocidos.
—¡Yo hago lo que quiero! —me dijo una vez un ado­lescente.
Yo lo miré y le respondí:
El ser humano no se define como tal porque hace lo que quiere, sino porque hace lo que debe”
—Por deber, hijo mío, has de cumplir ciertas funciones en esta casa. Porque los deberes son recíprocos, y todo ello facilita la relación. Cuando arribes a la cumbre del Himalaya abre la boca y grita tu grito más fabuloso al cielo y al espacio. En casa, aquí, entre nosotros, no grites...

lunes, 25 de noviembre de 2013

¿Para que sirven los hermanitos?

Dijo la nena:
"Mis padres a veces quieren salir y quieren que me quede con mi hermanito a cuidarlo. La psicóloga me dijo que hay que respetar los roles."
Tiene razón la nena, de quince años aproximadamente, ojos vivaces, pantalones ajustados y rotos, deshilachados, hablando a mil por hora.
Tiene razón, cada uno en su rol.
Pero pensemos un instante. Sospecho que la madre no le dijo que amamante al nene ni que le lave la ropita y menos que se la planche y seguramente le dejó preparada la mamadera o la papilla.
De modo que no le tocaba cumplir el rol de madre, se le pedía que cumpliera con el rol de hermana mayor. Que para eso son hermanos. ¿O son hermanos únicamente cuando ella quiere jugar con el nene y divertirse con él en momentos de aburrimiento o cuando fallan los ami­gos?
¿Qué es un hermano? ¿Para qué sirve un hermano? Cualquiera que sea la respuesta tendrá que decirse que hermano, hijo, padre, tío, vecino es una relación. No es una situación de uno solo. Uno no puede ser hermano a menos que tenga a otro que sea a su vez su hermano.
Y toda relación es un conjunto de fluencias, confianzas, límites y libertades entre unos y otros, o no es nada.
El tipo de hijo no se elige, como tampoco se elige, por cierto, el tipo de padre. Pero la relación se elige. Cómo me voy a comportar con eso que he engendrado ya es un pro­blema y hay que elegir.
De manera que le dije a la niña:
—No se te pide que seas madre ni que seas padre; se te pide que seas la hermana que eres. Es tu deber
Escuchó la palabra deber y los ojos se le oscurecieron, la boca se le abrió y me miró como a un monstruo, un protodinosaurio.
—¿Deber? Cómo puedes hablar de deber. ¿Qué deber? ¡Eso es quitar la libertad!
Había pronunciado una palabra terrible, imperdona­ble: Deber.
Me olvidé de que no figuraba ya en el diccionario de los seres humanos posmodernos.
—¿Cómo pude haber cometido torpeza tan grande? —me reprochaba.
Sonreí. Pero creo que no me salió la sonrisa pertinente. Le dije:
—Mira, flaca...
Para ponerme a tono, para hacerme amiga de ella, para que me perdonara la vida.
Finalmente me cansé, de mis teatros, de mis miedos, de mis vacilaciones y reflexioné que debería ser consecuente y arriesgar la vida si fuera necesario, pero decirle la verdad, toda la ver­dad o al menos una parte de ella. Y la verdad es que vive en una relación donde se generan compromisos aunque se detesten, la verdad de la convivencia tiene su costo y sus alternativas son limitadas o acepta a cuidar al nene o enfrenta los conflictos con los padres. 

lunes, 11 de noviembre de 2013

¿y si nos equivocamos?

—¿Y si nos equivocamos? —preguntan a menudo los padres, perplejos, temerosos, cuando se los invita a ser padres  con el adolescente.
Esa interrogante parecería justificar la parálisis de muchos que persisten en el miedo a los hijos. Se escudan finamente detrás de esa reflexión sutil:
—¿Y si nos equivocamos? —Así dicen y con ello creen que el tema concluye, y que cada cual se va por su lado.
Mi respuesta:
—También para eso estamos, colegas padres, madres,  para equivocarnos. Y no es una eventualidad correspondiente al ser padre o madre, sino que es la savia elemental de la vida humana. Vivir es acertar a veces y equivocarse otras. No habría divorcios de parejas si no hubiera gente que se equivocó. Y no obstante no podían saberlo antes de equi­vocarse.
Otros tal vez se casaron con incertidumbres, con mie­dos, y luego resultó ser que no se equivocaron, y viven jun­tos hasta el final de sus días.
Como seres humanos, como padres, no nos queda otra opción que actuar. Claro que no a tontas y locas actuaciones, sino con saber, con reflexión, y sobre todo con autenticidad.
Un padre que se equivoca frente a sus hijos, lo hace desde su más íntima convicción, lejos de obtener repulsa, será amado y respetado por sus hijos.
La perpetua caricia —¡ahí no se equivoque!— no en­gendra perpetuo amor.
La autoridad funciona de persona a persona. Es diálo­go, es confrontación, es libertad de los interlocutores, de cada uno, y cada uno decide lo suyo.
El autoritarismo es lo menos deseado, por cierto. Pero en el miedo al autoritarismo hay padres que se paralizan y no se atreven a intervenir en la vida de los hijos cuando éstos corren peligros de diversa índole, sobre todo los peli­gros morales y psíquicos, peligros de la evolución en cuan­to persona.
Una mala compañía es un peligro para tu hijo, el ado­lescente. Es tu deber intervenir. Procura dialogar, no casti­gar. Pero no te quedes de brazos cruzados, mirando el panorama desde el puente, pensando:
—Es su vida, es libre, es su elección...
Eso no es respetarlo, es dejarlo solo, abandonado.
El amor interviene, procura modificar rumbos que con­sidera erróneos, grita, protesta, exige. Somos recíprocamente res­ponsables los unos por los otros. Ese es el sentido básico, elemental, del amor.
Para eso estamos los padres. O si no, ¿para qué esta­mos

lunes, 4 de noviembre de 2013

El caballo de juguete

Tierra y cielo. Límites y alas. Fantasía, ilusión, sueño. Todo ello es el hombre, y sobre todo fantasía. Demarcar el camino, sí, pero no constituirlo, no atiborrarlo con cosas, con prefabricaciones de la sociedad de consumo.
Dejarle crecer, al hijo, sus propias alas. Ponerle límites, y sobre todo ponerse —yo, tú, nosotros los padres— límites.
Alguna vez, a los cuatro o cinco años estuve subido sobre un enorme caballo de juguete, de esos que estaban montados sobre dos maderas arqueadas que permitían mecerse, como si uno estuviera cabalgando.
Pero ese no era mi caballo, no. Ese me lo prestó un amigo de mi prima Amalia, que entonces era una señorita y me llevaba con ella cuando iba a visitar a sus amigos, pretendientes y novios, nunca supe exactamente por qué. El hecho es que tenía un amigo que yo llamaba el tío Marcos, y que era el dueño de una juguetería donde Amalia, mi prima, trabajaba. En mis visitas, por tanto, dis­frutaba de ese mar de juguetes de aquellos tiempos. Entre ellos, aquel magnífico caballo, casi troyano.
Sin embargo, insisto, mis caballos, y los de mis hijos y los de tantos otros chicos, no fueron caballos con forma de caballos, sino palos de escoba sobre los que, entre las piernas, cabalgábamos inflamados de ansias con­quistadoras, de indios, de cosacos.
¡Caballos, sí, eran los de antes, esos palos de escoba, qué lejos llegaban, qué raudos eran, qué epopeyas protago­nizaban!
Creo que ya no hay más de ésos. Creo que actualmente la sofisticación del mundo del juguete impide que esos cor­celes de maravilla existan.        
Porque, les digo, el mundo es interior, y no exterior. El caballo del exterior, el de madera, el de plástico, de pelí­cula, anula el del interior, el de la imaginación, el del alma.
El error capital de los padres actuales es no conocer esa nimia ley de la psicología humana: el niño juega únicamente con sus fantasías. Los juguetes hechos y armados son inútiles.
Como dice Ernst Gombrich:                               
"La niña rechaza una muñeca perfectamente naturalis­ta a favor de algún monigote monstruosamente abstracto, un trapo, un ovillo de lana. Esas son las mejores muñecas, las más profundas, las más queridas, las más privadas."
Jaime Barylko


lunes, 28 de octubre de 2013

Una aventura entre padre y adolescente

Querer es una aventura, es tener miedo de perder, de ser perdido.
La aventura sucede aquí entre nosotros, en los pasos más cotidianos. No hay que ir a la selva ni internarse en territorios desconocidos. ¿Para qué? ¿Conoces algo más desconocido que yo, que yo y tú, que tú, yo, nuestros hijos? ¿Conoces una aventura mayor que un encuentro, aun con gente conocida, y en el cual, aparentemente, nada nuevo ha de suceder?
El orden es el de las normas, las fronteras, los límites; el orden es el sistema de las ideas y de las creencias en que una sociedad crece y sobre las cuales opera en cuanto a los fines de la existencia.
—Los límites, las normas de conducta, no son lo esencial, pero es como el marco, que permite que lo esencial, tu creatividad, pueda patentizarse.
El orden es el modo, el estilo, la manera, las costumbres, que manejaremos para concordar nuestro deseado encuentro —ir al cine, conducirnos durante un encuentro familiar. Luego, todo lo que suceda en el encuentro es aventura, espontaneidad pura. Aventura, gracias al orden.
Orden es a tal hora, hay recreos en el colegio. Aventura, lo que suceda entre los niños durante el recreo.
Hay orden en la ciencia, hay orden de composición y de combinación de colores, tonalidades  sombras, líneas en el mundo de las artes, del  aprendizaje de la vida diaria.
—Esos son los límites, hijo mío. En tu vida privada, en tus relaciones humanas, en el estudio, en el trabajo, en la calle, en tu casa, en el extranjero, con tu novia, con el hombre que viaja a tu lado en el colectivo.
Y ese orden termina siendo siempre orden moral, es decir constitución de unas costumbres (mores en latín significa costumbres, y de ahí el término "moral") adoptadas por un grupo social, por un sector de la humanidad.

lunes, 21 de octubre de 2013

La adolescencia y el adolescente

La adolescencia, es un periodo de transición, una etapa del ciclo de crecimiento que marca el final de la niñez y anuncia la adultez, para muchos jóvenes la adolescencia es un periodo de incertidumbre o de desesperación, es una etapa de amistades, de aflojamiento de ligaduras con los padres y de sueños acerca del futuro.
Es la edad de múltiples variaciones conductuales y no hay teorías fáciles para definir a todos los adolescentes, ni las explicaciones del porque de su comportamiento, bastara comprenderlos. Para quien quiera comprender la conducta de un adolescente, bastara sumergirse en las investigaciones o teorías que hacen una alusión a tal etapa de la vida. Aunque no por ello debemos afirmar que así será.
Se dice que es una etapa de transición ya que es la línea divisoria entre la seguridad de la niñez y el mundo desconocido del adulto, en cierto sentido, la adolescencia ha venido a ser una etapa del desarrollo humano con naturaleza propia, distinta de las demás, un periodo de transición entre la niñez y adultez, sin embargo, si solo la definiéramos como la terminación de la niñez y el principio de la edad adulta, estaríamos dejando una línea sesgada carente de objetividad. Es una transición de vital importancia donde surgen y se funden las emociones, los cambios orgánicos y psicológicos, las expectativas de vida cual volcán en erupción, ahí reside la importancia de tan vital etapa. No solo es el paso de una edad a otra, es contribuir con el adolescente para imbuirse en tan voraz requisito de vida para saltar de una etapa a otra.
La adolescencia y el adolescente son términos que no solo merecen nombrarlos o mirarlos pasar, es una cuestión de discernir entre ambos conceptos. Por un lado la sola palabra adolescencia nos lleva a centrarnos en la etapa como tal y el termino adolescente hace referencia a un Ser,  a una persona que está iniciándose a enfrentar una multitud de cambios y nuestra tarea reside en intuirlos, percibirlos y empatizar con el adolescente. Aquí reside el reto de un adulto frente a un adolescente; ser capaz de comulgar con lo intangible de la vida que todo adolescente busca; empatía, saberlo escuchar y comprensión.

lunes, 14 de octubre de 2013

Amor es disciplina

Sentir no requiere disciplina. Es un estallido.
—¡Me gusta!
Espontaneidad es como una flor que se abre y te llena de su color, de su olor.
Luego, si quieres conservarla, si deseas hacer del senti­miento una propuesta de convivencia... aparece la disci­plina.
Vivir es aprender a vivir... contigo. Requiere, por lo tanto, de disciplina.
Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres... Pero si vienes a cual­quier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios."
La hora, el modo, el cómo, el cuándo. Estos son ritos. Sin ritos no hay lazos.
—Quizá no lo sepas, hijo mío, pero cuando beses a tu novia, cumplirás un rito. Algo que uno espera del otro.

lunes, 7 de octubre de 2013

Padres e hijos confrontados, son normales

Es normal que tu hijo se rebele contra ti. Es normal que a veces no coincida contigo; es normal que no te compren­da, que no lo comprendas. Es normal porque ustedes son diferentes, seres diferentes y de diferentes edades, y com­prender al otro es, a veces, una tarea imposible...
Y además porque tú, de una u otra manera, aunque declares lo contrario, le estás imponiendo tu vida, tu edu­cación, tus maneras, tus límites.
Eso es normal. No puede ser de otra manera. Nace en tu casa, crece en tu casa, en tu sociedad, y le transmites lo que tienes, tu lenguaje, tu moral, tus modales. ¿Qué otra cosa podrías transmitirle?
Al comienzo esa transmisión no puede ser de otra manera, sin democracia, sin parlamento: la niña tiene un año, dos años, tres años, y no está en condiciones de discutir normas y reglas. Corre todo por tu cuenta. Y luego cuando crezca será libre para re-visar las normas que recibió de sus padres, para criticarlas, reemplazarlas o modificarlas.
En todo caso la confrontación requiere un punto de vista, y un punto de vista ha de ser elaborado, pensado.
Por eso es buena la confrontación: ayuda a pensar. Y pensar ayuda a vivir.
La gente dice:                                                           
—¿Viste qué rebeldes que son los jóvenes hoy?               
Yo les respondo:
—¿Rebeldes? Para ser rebelde hay que oponerse a algo, a alguien, a una idea, a un límite, a una norma, a una pau­ta. Los padres permisivos no crían hijos rebeldes, sino que producen hijos que directamente ignoran a sus padres y hacen lo que otros les dictan, otros mucho más autorita­rios: la sociedad, la televisión, la propaganda, la moda, los otros chicos.
Si mi hijo se opone a mí por ideas, por adherirse a otra corriente de pensamiento, por haber llegado a otros con­ceptos por los que se hace responsable, me pone triste por la no coincidencia, pero me pone alegre, feliz, muy feliz, porque PIENSA.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Su majestad el niño!

A partir del siglo XX se inauguró "el siglo del niño" y este siglo lo va reafirmando.
En el pasado el valor era el anciano, la presencia de la tradición. La revolución de nuestro siglo colocó al niño en el centro de la nueva historia, his­toria de lo nuevo.
Ya no es lo viejo lo que vale, sino lo nuevo; no es la con­servación de las tradiciones lo que merece aplauso, sino el cambio, lo joven, que por el solo hecho de ser joven ya sig­nifica renovación, apertura hacia un futuro de progreso.
Entonces padres y maestros se hicieron a un costado para dejar pasar a su majestad el niño, el adolescente, el joven, el nuevo mundo y el mundo de lo nuevo. Creyendo que de esa manera les dábamos la tan preciada libertad.
También les dimos juguetes didácticos, teorías psicológicas, libertad, autorrealización, ser ellos mismos, pensando que mági­camente el mundo se transformaría y su majestad el niño construiría su imperio de belleza, bondad, liberación, los adultos nos hicimos a un lado. De paso nos fuimos haciendo niños también nosotros los padres.
En el culto a la juventud como único y divino tesoro, entendimos que solamente vale lo joven y que, por lo tanto, no podíamos quedarnos fuera de ese ideal superior. Sí, todos somos jóvenes, y el que no lo es debe serlo o aparen­tar serlo.
Este fue y sigue siendo el siglo de los jóvenes. Otro tipo de ser no hay. Se es menos joven o más joven, o no se es.
Prohibido prohibir, se escribió en mayo de 1968 en París. No se escribió, pero se supo y se sabe: prohibido no ser joven. En el medio caminaba su majestad el niño. Ese niño, a decir verdad, no creció más feliz ni alcanzó las altu­ras de la libertad que para él soñamos.
Creció en el vacío, sin límites, sin fronteras, sin carte­les orientadores, sin sustento, sin apoyo. En consecuencia no creció.
Quisimos ser modernos y terminamos desprovistos de la línea que demarca la identidad.
Los límites, los que todos hemos perdido —nuestros hijos porque no los conocieron, nosotros porque nos desprendimos de ellos—, los límites son las coordenadas de los valores, de las creencias, de los modales, de las maneras y —en fin— de las reglas de la existencia y de la coexisten­cia. De la identidad. Por ellos uno es o puede llegar a ser "alguien".
Vivir es vivir entre límites, en algún encuadre, entre horizontes. Dentro de ese espacio germina y se desarrolla la libertad.
Interpretamos mal: creíamos que la libertad se da. No es cierto: la libertad no se da, la libertad se toma, se conquista, se logra, se esculpe, confrontándose con límites, aceptando unos, recha­zando otros, pero usándolos como referentes en el camino.
Además la libertad es un medio, no un fin. Ahí la tie­nes, para hacer algo con ella, algo que tú elijas.
¿Y cómo se elige? Se elige entre opciones. Las opciones son los límites dentro de los cuales la libertad adquiere sentido, al rechazar unos y adoptar otros. Es libre el que elige un proyecto de vida.

lunes, 23 de septiembre de 2013

El camino de un adolescente

Un camino demarcado orienta la libertad de un adolescente, no la doblega
La ruta delineada, demarcada, es un orden. El lazo, la relación, la más profunda comunicación, es un ordenamiento recíproco. Te espero, me llamas, nos encontramos. Nos vamos armando en nuestras propias, íntimas y privadas rutinas, es decir códigos rituales, para poder expresar justamente eso que es invisible a los ojos de un padre y un adolescente.
De la misma manera, la ruta no ha de ser ruta a menos que esté demarcada con rayas visibles a los costados, con señales, con carteles indicadores.
Todo ello te orienta, no te fuerza. Da lugar a la libertad. Luego eliges el objetivo, el camino dentro de la ruta, la velocidad, la música, el silencio.
Ni sabes qué elegirás, con precisión. Tienes una idea, una vaga idea, pero no puedes prever las ocurrencias, eso que le sale a uno al encuentro y lo desvía de la idea primi­genia. Es la aventura.
Esta es la realidad: aventura y orden, orden y aventu­ra, lo decía el poeta Apollinaire.
La aventura es lo creativo, lo impredecible, pero el orden la sostiene. La aventura es un cuadro de Dalí. No obstante, el genio tenía un orden, una disciplina, límites y reglas para pintar, y para desplegar, sobre ese sustento, su fantasía surrealista, semejando un camino entre limites y libertad.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Compartir el hogar


Al nene le dije, un domingo, entre raviol y raviol:
—Que pongas los pies sobre la mesa, hijo, no es malo ni es feo ni está prohibido por la ética, pero es la mesa en la que todos nosotros comemos, y conviene que la comparta­mos, porque más mesas no hay en casa. Entonces baja los piecitos, ¿sí?
Educar es señalizar el camino. El resto, como decía Machado, se hace al andar.
—A nosotros, los padres, nos compete educarte. A ti te compete crecer. Quizás estás en disconformidad con tus padres. Pero estar disconforme es pensar, es plantearse una alternativa, y eso ayuda a crecer. Y cuando crezcas mucho, hijo mío, cuando alcances niveles superiores de conciencia y de saber, podrás incluso decidir si esos límites serán los tuyos, o si te propones rebelarte contra ellos y modificarlos. Rebelarse es oponerse a un sistema de lími­tes, y elegir otro en su lugar.
Domus, en latín, significaba hogar, la vida compartida. Hogar es también del latín fogar, relativo al fuego. Ese fuego que se enciende en días fríos y alrededor del cual nos sentamos para compartirlo.

Jaime Barilko; los hijos y los limites

lunes, 9 de septiembre de 2013

Los limites facilitan la con-vivencia

Los límites son reglas de convivencia.                         
A menudo los jóvenes dicen que les falta comunicación con los padres, y dicen bien. ¿Cómo se van a comunicar si nunca están debidamente juntos?
Debidamente quiere decir en horarios compartidos, en situaciones compartidas, en relaciones compartidas.
Comer juntos en torno a la mesa es un límite versus, que tiene que ver con el comunicarse.
—Hijo mío, debes saberlo: los humanos inventaron los almuerzos y las cenas no para alimentarse e ingerir pro­teínas y calcio, sino para... estar juntos.
Estando juntos en una de ésas hablamos. Si hablamos, en una de ésas nos comunicamos.
Por otra parte, si cuando descansamos te pones tus audífonos para hacerte invisible y yo prendo la televisión para no saber de problemas, se nos hará difícil no sólo disfrutar de lo que escuchamos, sino simple­mente convivir.
Eso es lo que compartimos. No las ideas, que cada cual tiene la suya.
Pero para discutirlas entre nosotros compartimos una serie de modales, y esos son los límites.
         

lunes, 2 de septiembre de 2013

Comprender a un adolescente

El mundo entero aclama entendimiento, porque nadie se entiende con nadie. La crisis es de entendimiento.
      —No me entiende... —dice la esposa sobre el esposo.
Algo semejante confiesa él en la oficina:                        
      —Lo que pasa es que ella no me entiende...
Y los hijos sobre sus padres:
      —¿Quién entiende a los viejos?
Quizá desviamos el camino. No estamos para entender­nos. Hay que desechar ese ideal, porque es falso, porque no es posible, porque entender es una práctica del intelecto referida hacia el mundo exterior, el de las cosas, el de la naturaleza, el de los astros, pero no es válida para el mundo humano.
Uno entiende o puede llegar a entender el funcionamiento de una máquina. La máquina, si está en buenas condiciones, funciona siempre igual. El hombre, si está en buenas condiciones, funciona siempre distinto. ¿Enten­derlo? Imposible. Carece de manual de instrucciones.
El hombre es siempre algo que parece racional, pero que, como la luna, está lleno de fases oscuras, invisibles. Esa es nuestra condición, inentendible, es decir, imprevi­sible.
Conocer y entender, son acciones relativas a cosas, a objetos, a aquello que nos es ajeno; los seres humanos no somos objetos, somos sujetos móviles, mudables, impredecibles. Misteriosos, en última instancia.
Por eso cabe decir:
—No viniste al mundo, hijo, para entenderme ni para que yo te entienda. No eres un objeto de estudio. Eres un sujeto viviente, creativo, lleno de potencias que ni tú ni yo conocemos a fondo. Pero estamos juntos para vivir y para ayudarnos recíprocamente a ser felices.
La felicidad no es entendimiento.
De la felicidad el entendimiento nada entiende. Pascal reflexionaba: "El corazón tiene razones que la razón desco­noce".
Porque la felicidad, es privativa, de cada uno, intrans­ferible —como fórmula, como receta— a otros.
Queremos amor, no entendimiento. Así de sencillo. A tal efecto, para amarnos, cada uno debe ser el que es, debe asumirse en su edad, en sus creencias, en sus ideas, en sus gustos, en sus vivencias.
—Para que seas tú mismo, hijo mío, debemos —tu mamá y yo— ser nosotros mismos.
Ahí está el límite, el gran límite primero. Un límite que nos separa y nos comunica a la vez.
De ahí se desprenderán todos los demás límites que son, desde "no metas las manitas en el plato", hasta "no, es esa no la manera de comportarse con una novia".
Claro que todo comienza con el NO. No somos los mis­mos; no tenemos idénticos gustos ni preferencias; no es tu cuerpo el mío, ni es tu sensibilidad la mía...
NO es el origen de la cultura, de cualquier sistema de convivencia humana. Tu diferencia con los demás te consti­tuye en persona única e irreemplazable; gracias a esa dife­rencia, te comunicas, te enriqueces, te enamoras.

Del NO brota el sí; y a partir de ahí ejerces tu libertad creadora y conformadora de nuevas normas.

lunes, 26 de agosto de 2013

Confianza








Cuando la confianza fluye en una relación terapéutica, de todo puede suceder…casi, casi me atrevo a decir que la confianza es como el espejo del alma.

El primer limite

No hay hijos si los padres se borronean.
Tampoco hay juventud si los mayores se disfrazan de menores y además de la apariencia exterior, de piel lisa, de músculos lozanos, de aerobismo diurno y nocturno en recintos de música heavy, además de todo eso se creen real­mente idénticos a sus hijos.
Vivir es vivir entre límites, en algún encuadre, entre horizontes. Dentro de ese espacio germina y se desarrolla la libertad.
Interpretamos mal: creíamos que la libertad se da. No es cierto: la libertad no se da, la libertad se toma, se gana, se conquista, se logra, se esculpe, abatiendo esclavitu­des, confrontándose con límites, aceptando unos, recha­zando otros, pero usándolos como referentes en el camino.
Además la libertad es un medio, no un fin. Ahí la tie­nes, para hacer algo con ella, algo que tú elijas.
¿Y cómo se elige? Se elige entre opciones. Las opciones son los límites dentro de los cuales la libertad adquiere sentido, al rechazar unos y adoptar otros.
Es libre el que elige un proyecto de vida.
En consecuencia, hablemos claro: Somos, hijo mío, dis­tintos y distantes en el tiempo, y ése es el primer límite de nuestra coexistencia, de tu educación, y no me digas que no te entiendo, porque la verdad es que tampoco me entien­des, y la otra verdad es que no tengo por qué imponerme un entendimiento que no me corresponde, y más aún: no estamos aquí para entendernos y no me aterra ni me da culpa el no entenderte.

lunes, 19 de agosto de 2013

Toma de conciencia de los limites

¿En qué consisten los límites? En eso, en delimitaciones del camino, en cercos protectores, en marcos contenedores y referenciales.
No son un fin en sí, son un instrumento para realizar fines. Cuando ellos están uno puede actuar y elegir. Hasta, si quiere, puede salirse del camino. También para salirse hay que conocer los límites.
Eso: los límites son para que pueda haber libertad. Justamente lo contrario de lo que podría pensarse: no cer­cenan la libertad, la otorgan.
Las rayas no son el camino; el camino está entre ellas, y dentro de ese estar entre ellas tú puedes elegir el ritmo, el movimiento, el desplazamiento, la velocidad, el rumbo, el qué, el cuándo, el cómo, y si quieres dejas de moverte, te detienes, y todo lo que tu fecunda imaginación te propon­ga. Lo puedes realizar sabiendo qué va adentro y qué va afuera de esos límites, de esas rayas. Y eliges.

Esa es tu libertad, y la tienes porque tienes límites.  
Jaime Barylko      

domingo, 11 de agosto de 2013

Enfoques de personalidad en el adolescente

La personalidad del adolescente determina su conducta. Así como su ambiente socio económico lo cual afecta considerablemente su desarrollo. Tal comportamiento lo miramos en su grupo de amigos o en la escuela.
En la escuela como en el hogar, algunas situaciones desconciertan al adulto quien debe enfrentar y manejar adolescentes que evidencian trastornos de personalidad. Estos adolescentes poco a poco se van convirtiendo en seres apáticos, descontentos, agresivos, tímidos, exhibicionistas, nerviosos; y hasta llegan a sufrir ciertos defectos físicos (visuales, auditivos) o desajustes emocionales con limitadas posibilidades de aprendizaje presentando problemas de conducta.
Debemos ser muy cautelosos al formular juicios valorativos sobre el comportamiento del adolescente procurando que los mismos no posean valoraciones prejuiciadas desde distintas perspectivas:
El enfoque biofísico que alude a un trastorno orgánico, el enfoque psicoanalítico que se presenta cuando hay problemas psíquicos dentro del adolescente (disturbios emocionales) y el enfoque conductual que pone énfasis a las normas de conducta que aprende ya sea en la familia, la escuela o el grupo de amigos. Ante cualquier tipo de trastorno que presente el adolescente se recomienda realizar un diagnóstico de las posibles causas de dichos problemas para aplicar cualquier procedimiento que influya sobre el problema de una manera racional y aceptable. De esta forma se orienta al estudiante y no se le reprime, ni prohíbe, mucho menos se le castiga, ya que no sería la mejor actitud ejecutada por el adulto. El adolescente es un ser en pleno desarrollo evolutivo por lo cual las normas de conducta que se establezcan tienen importancia vital, ya que de ello dependerá lo que el chico o la niña habrán de ser en el futuro.


lunes, 5 de agosto de 2013

Confusión de la identidad

Para formar una identidad, el ego organiza las habilidades, necesidades y deseos de una persona y la ayuda a adaptarlos a las exigencias de la sociedad. Durante la adolescencia la búsqueda de “quién soy” se vuelve particularmente insistente a medida que el sentido de identidad del joven comienza donde termina el proceso de identificación. La identificación se inicia con el moldeamiento del yo por parte de otras personas, pero la información de la identidad implica ser uno mismo. Uno de los aspectos más cruciales en la búsqueda de la identidad es decidirse por seguir una carrera; como adolescentes necesitan encontrar la manera de utilizar esas destrezas; el rápido crecimiento físico y la nueva madurez genital alertan a los jóvenes sobre su inminente llegada a la edad adulta y comienzan a sorprenderse de los roles que ellos mismos tienen en la sociedad adulta. Cuando los jóvenes tienen problemas para determinar una identidad ocupacional se hallaran en riesgo de padecer situaciones perturbadoras como el embarazo, los abortos, las adicciones, las pandillas. El primer peligro de esta etapa es la confusión de la identidad, que se manifiesta cuando un joven requiere un tiempo excesivamente largo para llegar a la edad adulta (después de los treinta años). Sin embargo es normal que se presente confusión de la identidad que responde tanto a su naturaleza caótica respecto a su comportamiento adolescente, como la dolorosa conciencia de los jóvenes para asumir sus responsabilidades. De las crisis de identidad surgen sus virtudes como la fidelidad, la lealtad o la fe en su sentido de pertenencia. O bien los antivalores como las irresponsabilidades, la mentira, la falsedad, las adicciones. Confiar en ellos mismos como adolescentes es una situación que les requerirá de una crisis interna para llegar a vislumbrar la esencia de lo que realmente los integra, los lleva a sentirse cómodos en su entorno y encajar con confianza entre sus iguales y el adulto que lo rodea. 

lunes, 29 de julio de 2013

Cuando una adolescente busca quererse

La recibo con un cálido abrazo, su mirada denota lágrimas a punto de estallar.  Apresuradamente la invito a mirar el cielo, pues aun nos encontramos fuera del consultorio,  y le hablo que ahí se posa un ángel, lánguidamente me dice; -yo no veo ningún ángel, solo veo una paloma-. Y efectivamente las nubes semejaban una paloma.
Encuentro entre una terapeuta y una hermosa adolescente a punto de desbordarse en lágrimas. El resto de la sesión fue abrir mi corazón para escucharla  acurrucada entre el sillón naranja y mi cuerpo que la abrazaba solidariamente. 
Para escuchar a una adolescente no se requiere de títulos, se requiere del corazón. El profesionalismo  nos habita cuando realmente somos humanos y sabemos captar la esencia de las emociones que se vierten en un alma. Saber escuchar me llevo en primera instancia a sentir el dolor emanando de una adolescente, cual fuente que urge brotar por los poros. Así identifique que ahí adentro se gestaba una devaluación profunda en  una niña que deseaba  entender al adulto, entender a la familia, si entender a quien le urgía respeto y amor, pues la coherencia no la palpaba, entre lo que hacía su corazón  y lo que  pedía su entorno, dejándola entre un oleaje de crisis enmarcado por la agresión, el control y la represión.
Continuaba la sesión y poco a poco me iba sumergiendo en las profundidades de una sagrada alma. Así descubría la valía de una nena tambaleándose y había que hacer algo para llevarla de la mano a reencontrarse con ella. Y obvio que al encontrar la valía, encontraría el arte de amarse, de quererse.
A mitad de la crisis le pedí levantarse y la abrace fuertemente, en un profundo abrazo, pidiéndole cálidamente; -dilo-,  pero se negaba. La abrazaba con todo el corazón y le volvía a pedir: -dilo-...lentamente inicio a sacar la basura que había reprimido, se detenía por instantes  y sin soltarla le insistía continuar, así continuo y continuo, hasta que dijo: -es, todo-. Fue como un vomito, como una catarsis que expulsaba todo lo que la dañaba ahí adentro. Así fue como una adolescente hizo una breve limpieza a su alma. Nos dispusimos a diseñar los andamios de la valía y aunque sabíamos que solo era el punto partida, su rostro se tornaba lánguido y sereno, sabía que tendría un gran reto frente a ella: ir por su valía. Concluimos la sesión comulgando con la esencia del alma despidiéndonos bajo una mirada que denotaba fe en ella, fe en que sabría rescatarse.
Cuando una adolescente busca quererse, no es una cuestión del exterior, es una cuestión del interior. "Si me amo aquí adentro, me amo totalmente allá afuera"…así de sabias fueron las palabras de una hermosa nena de dieciséis años ávida por encontrarse a sí misma.

lunes, 22 de julio de 2013

Búsqueda de la identidad

La búsqueda de la identidad es un viaje que dura toda la vida y el punto de partida está en la niñez, acelerándose a toda su velocidad durante la adolescencia. La búsqueda de la identidad es un esfuerzo por lograr el sentido de sí mismo y el mundo en si no puede proveer a un adolescente de esta valiosa búsqueda. En el mundo aun se miran adultos perdidos entre su pasado adolescente y la etapa infantil.
Hablar de una búsqueda de identidad es aventurarse a conocer el interior, hablo del hogar interior, de lo que habita a un adolescente. Quizá para un adulto sea una búsqueda caracterizada por la impulsividad, la ansiedad o el desacato, pero para un adolescente sus búsquedas se caracterizan por sentir y experimentar toda aquella emoción que ahora se torna nueva para él o ella.
Hablamos de un o una adolescente que se enfrenta a diferentes manifestaciones emocionales y deberá conjugarlas con el resto de sus iguales y su entorno cultural.
Hablar de búsqueda de identidad no es una situación que se torne fácil, más bien requiere de estar en el umbral de la conciencia y de la aceptación para iniciar el viaje de mirar, sentir y aceptar de que esta hecho emocionalmente. Conocer tal bagaje es conocerse a sí mismo, entonces surge el segundo reto de vida y quizá el más grande; el cambio. El cambio que requiere de ir tallando artísticamente una a una sus emociones, el arte que pule sus emociones hasta brillar de Identidad. Entonces, solo entonces estará listo para mirarse, estará lista para sentir quien es realmente.