jueves, 16 de agosto de 2012

punk, harapos y hasta cabezas rapadas...


Muchos jóvenes escogen tener un aspecto feo. Se visten como punks o como cabezas rapadas, afeitándose parte del pelo y tiñendo el resto con colores extravagantes. También prefieren vestir ropa hecha harapos. Es la imagen del adolescente que ha decido llamar la atención a las mentes que siguen un mismo patrón de actuación.
Y no es nada extraño. Es un fenómeno que hemos visto por décadas. Están aburridos de tu estilo de vida. Simplemente, están mostrando su resentimiento. Están señalando que no has dirigido tu sociedad ha­cia la verdad, hacia la tranquilidad, hacia la divinidad, la has diri­gido hacia la muerte.
Los punks o los cabezas rapadas son sólo recordatorios de que nuestra civilización ha  fracasado. Na­turalmente, siempre es la juventud la que está más vulnerable a lo que viene, la más receptiva. Pueden ver que está llegando la muer­te que el hombre esta preparando un gran cementerio para toda la humanidad. Con su ropa extravagante, sus harapos, cortándose la mitad del pelo, sólo están indicando que todavía hay tiempo para abandonar la línea que has estado siguiendo hasta ahora.
Esos punks y esos cabezas rapadas sólo están tratando de decirte algo; son sim­bólicos. Saben que eres sordo y que no escucharás.
Hay que hacer algo drástico para que empieces a pensar: «¿En qué nos hemos equivocado? ¿Por qué se comportan nuestros niños de esta manera?» ¿Qué te esperabas? Te estás preparando para una guerra nuclear; estás preparando la muerte de toda la vida en esta Tierra.
Estas personas no son un fenómeno extraño. Simplemente, se están rebelando contra ti y sería bue­no que les escucharas. Y sería bueno cambiar el camino que han estado siguiendo hasta ahora, el camino del materialismo.
El hombre está atascado, y la juventud lo está señalando; y tienen que ser extravagantes, porque tú harás oídos sordos a la ló­gica, a la razón, a la inteligencia.
Siento compasión por estas personas; me gustaría conocerlas. Estaré de acuerdo con ellas inmediatamente porque puedo enten­der su sufrimiento y su angustia. Podrían resultar ser tus salvado­res. No te rías de ellas; ríete de ti mismo. Son tus hijos; los has creado y debes tomar la responsabilidad. A un padre se le conoce por sus hijos, al igual que al árbol se lo conoce por sus frutos. Si los frutos están envenenados, entonces ¿a quién vas a culpar, a los frutos o al árbol? Tú eres el árbol, y esos jóvenes de loca apariencia son los frutos. De alguna forma eres responsable. Son un interro­gante para ti. Piensa en ellos con compasión.
                                                                                                                                

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